Quiénes somos

Los Carmelitas descalzos queremos vivir el don del Espíritu Santo (carisma) que recibieron Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz para fundar una nueva familia religiosa unida al viejo tronco del Carmelo, los «Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo». De ellos recibimos la índole mariana y bíblica de nuestra vocación que conforman una de las más antiguas y sólidas tradiciones espirituales de la Iglesia. La Virgen María es para nosotros Madre y Patrona, ejemplo vivo de vida interior y unión con el misterio de Cristo; el profeta Elías, representante de la mejor tradición bíblica, es el modelo del que contempla al Dios vivo y presente en la historia y se abrasa en el celo de su gloria. Con él, nos sentimos oyentes y proclamadores de la Palabra de Dios.

Los primeros carmelitas

Los Carmelitas nacieron, hacia finales del siglo XII, de un grupo indefinido de laicos, peregrinos y cruzados que, cansados de la guerra o deseosos de aguardar la definitiva venida del Señor que, según la mentalidad apocalíptica, tendría lugar en Jerusalén, se retiraron a la montaña del Carmelo, donde adoptaron el estilo de vida eremítico. Estos primeros Carmelitas se dedicaron a la oración y la meditación de la Palabra de Dios; eran ermitaños independientes que buscaban la perfección a través de la soledad.En un segundo momento, entre 1206-1214, pidieron a Alberto Avrogardo, patriarca de Jerusalén, residente en San Juan de Acre, que les diese una Regla, una formula de vida, por la que regirse, y en la que define el ideal carmelitano como “vivir en obsequio de Jesucristo, sirviéndole fielmente con corazón puro y buena conciencia”.

La falta de seguridad en Tierra Santa provoca que, a partir de 1220, los Carmelitas comiencen su emigración hacia Europa estableciéndose en Chipre, Sicilia, Francia, Inglaterra. La mitigación de la Regla (adaptación a las nuevas exigencias de la vida religiosa), por parte de Inocencio IV, 1247, es el punto de partida de la adaptación de la Orden del Carmen de sus orígenes eremíticos al esquema de vida mendicante, al permitirse a los Carmelitas fundar sus conventos en las ciudades y dedicarse a predicar y confesar al igual que los otros Men­dicantes, aunque no será hasta el II Concilio de Lyón cuando oficialmente sean considerados Mendicantes, al lado de los Dominicos, Franciscanos, y Ermitaños de San Agus­tín.

Establecidos en Europa, y buscando señas de identidad, desarrollan la devoción al profeta Elías como modelo de vida mixta en cuanto conjuga la acción y la contemplación. Igualmente, desarrollan la piedad mariana que termina por identificarles como la Orden de la Virgen, siendo a partir del establecimiento en Europa cuando se generaliza el título con el que oficialmente se conoce la Orden. Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo.

Aquellos carmelitas, que pretendían vivir en obsequio de Jesucristo, se caracterizaron por: La contemplación, fundamento de la vida y del apostolado del carmelita, la oración, y con ella la meditación, el recogimiento y el silencio, la ascesis, que implica la sobriedad de vida, la pobreza, que implica la vida humilde y de dependencia de los demás, el apostolado, tanto en sus iglesias como fuera de ellas.

La reforma teresiana

Doña Teresa de Ahumada ingresó al Monasterio de la Encarnación de Ávila en 1535. Movida más por el temor que por el amor al Señor, aceptó con fortaleza y alegría esta vocación que Dios le presentaba. Entregada a la voluntad divina se dejó guiar.Teresa ingresaba, quizás son saberlo mucho, a una familia religiosa que tenía un hermoso y heroico pasado. En efecto, en la Orden de los Hermanos y Monjas de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo había mucho de oración, soledad, contemplación, fraternidad, marianismo, ascetismo. Todos estos elementos, Teresa, los irá asimilando a su propia vida.

En el convento, y gracias a su afición a leer buenos libros, se decide a emprender un camino de oración mental que lo definirá especialmente como «trato de amistad con Dios». Un camino con altibajos pero siempre de a mano de su Señor. Un camino en el que junto a la oración ve la necesidad de crecer en virtudes, especialmente en la humildad.

Teresa se deja ayudar también por sus confesores y por los mejores referentes de espiritualidad de su época. Es todo un camino de lucha entre Dios, el mundo y ella, donde termina triunfando Dios; incluso, según ella misma nos lo confiesa, «a pesar suyo». Dios la tomó de la mano y no la soltará.

Empieza sus experiencias místicas que producirán en Teresa en primer lugar una necesidad de convertirse y en segundo lugar el deseo de hacer algo por la Iglesia del Señor. Pero ¿Qué podría hacer una pobre mujer para cambiar realidades sociales y eclesiales tan complicadas? El Luteranismo azotaba la unidad de la Iglesia. Su respuesta personal es en realidad una actitud de vida: se propone ser lo más fiel posible a su vocación. En su propio léxico: ser tal. Es decir, ser tal manera que toda la gracia que el Señor va depositando en su corazón no quede desperdiciada. Pero no solo era necesario un cambio personal, esto se debía materializar de alguna forma.

Guiada una vez más por Dios decide realizar una pequeña reforma. Un convento nuevo, con pocas monjas, donde pudiera vivir la caridad fraterna y puedan ser amigas, y desde la amistad encontrarse con el Amigo. Sería un nuevo y pequeño convento pobre y observante donde Dios pudiera deleitarse. San José de Ávila se funda el 24 de agosto de 1562 y Teresa de Ahumada se cambia de nombre por el de Teresa de Jesús. Este cambio de nombre en realidad expresa el cambio de su propia vida.

Teresa estaba feliz en su hermoso «palomarcico». Un lugar que siempre había soñado. Se constituía en reformadora y se unía a otras mujeres que también movidas por Dios estaban dando ese mismo paso hacia un estilo de vida monacal más sencillo y más fraterno. Pero Teresa se sigue guiando por Dios y Él le pide una nueva aventura.

Estremecen el corazón y la vida de Teresa la necesidad de misioneros en el Nuevo Continente. Seguramente le hubiese encantado venir a estas tierras, pero una vez más, se ve pobre, mujer y monja. Lo único que siente que puede hacer es fundar otros Monasterios semejantes al de San José de Ávila en otras ciudades de España. Así podría ofrecer a la Iglesia el testimonio de unas religiosas que desde su trato íntimo con Dios pudieran ser para todos un referente de entrega radical y absoluta a «Su Majestad».

Y Teresa emprende viaje, recorre caminos de la España medieval para fundar los 16 Monasterios que nacieron directamente de su mano. Paulatinamente, Teresa de Jesús, se va convirtiendo en la Madre del Carmelo Reformado y las monjas la van a considerar precisamente así: Madre Teresa.

Pero el corazón de Teresa era tan grande que no se conformó solo con la reforma de las Monjas sino que también los Frailes entraban en esos proyectos. Así, con dos frailes, empezó la Reforma de los Carmelitas, siendo uno de sus dos primeros hijos, Juan de la Cruz, también un Padre de esta nueva familia.

Unidas las dos personalidades, la de Teresa y la de Juan, junto a sus experiencias de Dios, dieron origen al nuevo Carmelo Descalzo (Reformado). Un Carmelo con una importancia totalmente nueva. Ya no se trata de una simple reforma. Ellos mismos, sin saberlo, fueron generando una nueva familia religiosa en la Iglesia: Los Carmelitas Descalzos.

La acción y la contemplación se ven indisolublemente unidas en este nuevo carisma. Si servimos a la Iglesia es desde nuestro trato íntimo y diario con Dios. Y nuestra oración se ve empapada del quehacer diario y de las angustias y dolores por los que atraviesa la humanidad entera.

La fraternidad y la vida en común serán ingredientes indispensables en las nuevas comunidades de Descalzos y Descalzas. Y nuestro trato fraternal querrá ser siempre «buena noticia del Reino» para un mundo dividido e individualista.

Por eso Teresa es Fundadora. Su carisma personal fue un sello indeleble en la historia de la Iglesia. Un sello que queremos imitar todos los que un día sentimos ese llamado al Carmelo Descalzo. Y encontramos en sus escritos el anhelo y el ideal que queremos vivir y debemos enseñar. Los Carmelitas Descalzos solemos nombrar a Santa Teresa de Jesús con un título muy de «entrecasa». Normalmente la llamamos «La Santa Madre». Con ello queremos indicar en primer lugar que nos sentimos muy hijos suyos, herederos de su carisma personal y promotores de su «Solo Dios Basta». Pero también queremos recalcar que estamos llamados a su santidad. Santidad ofrecida por el mismo Dios a Teresa y a todos los hombres y mujeres del mundo de hoy. Intentamos que esa misma santidad pueda expresarse en nuestras propias vidas consagradas y el medio para llegar hasta esa meta tan elevada nos lo fue enseñado por la misma Teresa: dejarse guiar por Él.

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Vicariato Regional San Juan de la Cruz

Con el fin de incrementar la presencia de la Orden Carmelitana en América Latina, el Capítulo Provincial de San Juan de la Cruz de Burgos constituye, en el año 2011 el Vicariato Regional Bolivia, Uruguay y Paraguay, a pedido del Gobierno General reunido en Definitorio el día 6 de septiembre del año anterior: «que la Provincia San Juan de la Cruz de Burgos, forme un solo Vicariato Regional, con las que hasta ahora formaban dos Delegaciones Provinciales de vuestra Provincia, o sea, la Delegación de Bolivia y la Delegación de Uruguay-Paraguay». Al mismo tiempo, en dicho Definitorio, se había tomado una decisión indicativa, para que se haga este proceso de autonomía, con el fin de que este único Vicariato Regional tenga su primer Capítulo autónomo, como Comisariato.

Hoy día la Provincia de Burgos se ha unido con otras provincias de España conformando la Provincia Ibérica de Santa Teresa de Jesús (más sobre la Provincia Ibérica: >> ir al sitio web <<).